Llegué a la Cruz Roja en el año 2000 como voluntaria de las Damas Grises, llena de ganas de servir a los demás a través de una institución mundialmente conocida por su acción humanitaria.
Me enamoré al instante de la obra y el legado de quienes abanderaron su creación en Barranquilla, mujeres ejemplares e ilustres ciudadanas como Cecilia Esther de Martínez Aparicio y Eva de Pumarejo, entre otros miembros de esta gran organización. Gracias a la generosidad del entonces presidente Jaime Osorio, entré casi enseguida a formar parte de su junta directiva, al lado de insignes miembros cuya acogida nunca olvidar.
Asumí la presidencia tras el sensible fallecimiento de Jaime. Ocupar este alto cargo desde 2008 a la fecha ha sido el más grande honor que se me ha conferido. Mucho de lo que soy se lo debo a mi experiencia en la Cruz Roja Colombiana Seccional Atlántico, por eso agradeceré por siempre esta gran oportunidad que me dio Dios y la vida.
Con nostalgia pero también con enorme alegría, les cuento que ha llegado el momento para mí de entregar el mando de la Cruz Roja Seccional Atlántico, tras 16 años llenos de retos, satisfacciones, recuerdos y muchos aprendizajes.
A quienes hemos tenido el privilegio de liderar causas nos llega el momento de dar espacios y preparar caminos para la sucesión.
En mi caso lo hago con gran satisfacción no solo por el deber cumplido, sino porque regreso a ser voluntaria de base y dejo una junta directiva compuesta por maravillosos y comprometidos seres humanos con María Cristina Carvajal de Pérez a la cabeza, que comparten la visión de futuro y los valores para seguir liderando los muy nobles propósitos de nuestra institución.
Los logros alcanzados no son solo míos. La tarea fue posible gracias a una junta comprometida y capacitada, una administración diligente y el esfuerzo de los voluntarios.
Terminado este ciclo vital, siento que me llevo mucho más de lo que entregué. En estos más de 20 años como directiva y voluntaria, el aprendizaje es para mí un tesoro invaluable:
Aprendí que lo que se hace con amor no requiere esfuerzo; aprendí que debo siempre poner el corazón por delante, dejando atrás todo tipo de prejuicio; que valieron la pena los desencantos, las frustraciones frente al sufrimiento y la pobreza, porque hubo abrazos, risas, alivios y un país conocido bajo el prisma del trabajo humanitario; Y, sobre todas las cosas, aprendí que vale la pena luchar sin desmayo para defender los principios éticos ante las injusticias de quienes detentan el poder; ¡el triunfo moral será siempre el trofeo más valioso de todos!
A mis queridos voluntarios, de quienes tanto aprendí en este maravilloso mundo humanitario, tengan siempre presente sus razones y sus motivos: están aquí para servir y ser felices haciéndolo, sin esperar nada a cambio. Siempre. Porque dar a otros es un deber, no solo un valor. Los privilegios y la buena fortuna nos llegan para devolverlos.
Solo me queda decir: gracias y más gracias, cada instante de estos años valió la pena. Ser voluntaria es una parte vital, inherente de mi ser, y aspiro a continuar aportando donde, cuando y a la hora en que sea requerida.
POR PATRICIA MAESTRE CASTRO